Educación sentimental para la niña de tus ojos

Sabela Latas. Xabelia. Menudillos de Cuento


©Franz Marc - Der Traum. para Sabela Latas. Xabelia. Menudillos de Cuento
©Franz Marc - Der Traum

"El sueño" de Marc es una obra que me describe a la perfección, como un espejo". Sabela Latas siempre escribió por encargo hasta que puso en marcha su blog, Xabelia y empezó a hacerlo para ella misma, poblandolo de microrrelatos. "A veces escucho o leo frases que me traen un cacho de historia que luego completo. Me siento cómoda en el Menudillo de Cuento, pequeño, quizá poco valorado, pero con sustancia de sobra para rumiar una vez leído". Le encanta escribir poesía: "Confesarlo todo sin que nadie me entienda"

DESOBEDIENCIA ÉPICA 


Caperucita Roja salió de casa para ir a ver a su abuelita. No se entretuvo en el camino, tal y como le habían aconsejado su madre y los gobernantes, sino que se fue derecha por el bosque, con su cesto y su abrigo encarnado, evitando al lobo feroz del caos que acechaba a las niñas desobedientes. Cierto que Caperucita llegó sana y salva a su destino. Cierto que ella y su abuela hablaron de pasteles y de herencias, de vecinos maledicentes y de lo que la nieta quería ser de mayor, como hacían el resto de las familias anestesiadas ante la televisión. Cierto que el depredador voraz revolucionario murió de inanición sin haber podido catar las carnes de ambas, ni de nadie de los alrededores. Mas todos los que leyeron el cuento echaron de menos la gallardía de un cazador justiciero; la sangrienta asechanza de la bestia hacia la bella; el gusto por el travestismo de muchos seres animados; y la dialéctica hegeliana entre el lobo-abuela camuflado de Estado y la niña rebelde de preguntas capciosas. Con la desobediencia siempre han nacido las mejores historias.



EL OLOR DE LA PENA 
  
Al atravesar el portal, el policía local pudo detectar débilmente el tufo de la muerte. Crujían al subir las escaleras que llevaban hasta el tercer piso de aquel edificio vetusto, olvidado de la actualidad, con su primoroso y retorcido pasamanos modernista. Intuía las imágenes que iba a presenciar, tenía millones como aquella ya grabadas en la retina: un viejo cualquiera, sentado en su retrete o colgando bajo la lámpara, al que la vida adelantó sin miramientos ni intermitente, empujándolo a una cuneta negra desierta de familiares o amigos. Nadie lo echaría en falta hasta que la química orgánica se dignase a proclamar su pestilencia. Todas las muertes eran parecidas, salvo en el olor. En esta casa notaba el agente un dulzor desazonado, quizá fruto de algún antiguo desengaño amoroso o vital —pues el amor y la vida huelen similar—, que se mezclaba con vaharadas de eucalipto y muchas profundas aspiraciones pulmonares de tabaco rubio. Pero, fundamentalmente, por encima del efluvio de la descomposición de un cuerpo medicado por los achaques, se palpaba el hedor rancio de la soledad y la pena: el anhelo de una palabra amiga adherido a los cristales de la sala que daban a la calle, el aire salobre de las lágrimas vertidas sobre el pijama bajado, y el sudor seco en el esfuerzo del anciano por correrse por última vez y olvidar que habían pasado cincuenta años desde que ella lo mirara con deseo.
El policía local le subió los pantalones antes de cargarlo en la camilla. 



EL ÚLTIMO BAÑO 


La última vez que vio a su nieta, esta le contó que se había establecido en un pequeño pueblo de la costa, Sada. Al oír aquel topónimo, los ojos que habían visto casi nueve décadas se anegaron en lágrimas de sal. La misma sal que probó en sus labios y en todo su cuerpo cuando, siendo muy niña, se sumergió por vez primera en el mar de la mano de su madre. Fue solamente en una ocasión, al final de un verano en que las labores agrícolas de agosto pudieron ser terminadas con el tiempo suficiente para marchar con otras vecinas de Aranga, Guitiriz, Sobrado o Parga —todas tierras de interior— a tomar los nueve baños a la playa. Pudieron tal vez haber ido a Coruña y convertirse en catalinas que se apeaban de los carruajes en la plaza de la santa que las rebautizaba, pero su destino más modesto fue Betanzos y de allí, caminito a pie hasta La Ramalleira, desde donde descendieron divisando el arenal del Curruncho que para siempre poblaría sus más felices recuerdos infantiles de cuando fue bañera en Sada. Vívidamente volvió a vestir aquel tosco sayal de saco que le sirvió de bañador, contuvo el aliento como en aquel crucial momento en que viera el océano al mediodía en todo su brillante esplendor dorado, tomó fuerte de la mano a su madre que ahora era su nieta mientras ambas le sonreían con dulzura y corrió sin miedo chapoteando como un arroyo hasta alcanzar por fin la desembocadura de su vida, de todas las vidas. 



TUMBAS VERTICALES 


Ya os lo dijo Evaristo, ese punk de mierda listo como un ajo, "podéis quemar el mundo entero, pero no queméis nunca un cajero". Gilipollas, estabais advertidos de que soy el símbolo improfanable del único dios que todos adoráis sin empacho: la pasta. Si pasas un minuto más de lo imprescindible en los dosificadores de dinero o vampiros —como algún espabilado nos llama—, es porque quieres dormir a nuestro calor, follar sobre nuestras teclas, o ponernos una bomba lapa, así que enseguida salta la alarma y vienen los seguratas a arrojarte fuera, por mendigo, por fornicador o por terrorista. No hay más.
También os lo mostró Mercero en el 72 con aquel corto que os dio pavor e hizo que no volvierais a cerrar jamás la puerta de cristal cuando llamabais a mamá por teléfono en la calle. Pero, estúpidos, no lo entendisteis: La Cabina. Otro espacio sagrado, asfixiante, que homenajeaba al demiurgo del progreso tecnológico y su poder omnímodo ante la frágil voluntad humana. Tiempos han venido que os han hecho depender de la jaula cerebral de vuestros móviles: en casa, en el coche, en el curro, en la playa, en la cama, en el váter, en la mortaja...
Tumbas verticales y urbanas todas ellas, también la del rectangular confesionario católico al que acuden obligatoria y puntualmente los pecadores a pagar por sus culpas con arrepentidos golpes en el pecho. Las tres C de Capital: cajero, cabina, confesionario. Todas embaucan con su recoleto espacio, su paz ajena al mundanal ruido del tráfico y sus rituales pseudo fecundos. Acaso la respuesta a Ave María Purísima, ¿no es sin pecado CONCEBIDA? Y qué decir del METE-SACA de la tarjeta de crédito, o de aquel INTRODUCIR EL DEDO en el redondo marcador rotativo de los viejos teléfonos y sentir cómo se retrodeslizaba... ¡Viva lo táctil!
La era de las tumbas verticales ha pasado sin que os enterarais de nada, mamones. Ahora la religión, el dinero y el poder nos vamos a meter en un chip biológico para dirigir vuestra mente. A ver cómo reventáis entonces el puto cajero. 



MACBETH FALOIDES 


Se había enamorado con cincuenta años, ¿qué coño le iba a hacer, si no dar rienda suelta a todos los deseos y malicias jamás practicados hasta ahora? Maxime siendo correspondido con tanto ardor por aquella frágil criatura de dedos hábiles y delicados, de lengua e inteligencia tan sibilinas como sedosas... Por ello, cuando entró en la casa de sus vecinos y olió cómo su anfitrión salteaba entre ajetes tiernos los boletus y russulas que había ido a recoger al monte aquella mañana, por un instante, su mente y entrepierna volvieron al fugaz encuentro matinal con la bella adúltera mientras la veía rendirle culto a su desaforado hongo, ungiéndolo de saliva y mimos. Pestañeó inhibiendo toda tentación y se centró en estrechar la mano aceitada del jefe de familia, en hacer entrega de la botellade tinto que portaba, en acariciar también con la diestra la cabeza de la pequeña que gateaba por el salón, y en apenas cruzar la mirada y un tímido "buenas noches" con la diosa de sus sueños, que respondió guiñándole el ojo derecho y sonriendo. Luego, como era habitual, se sacó la chaqueta, y entró con el marido a la cocina, dispuesto a conversar entre tragos y retoques a la cena, y, por fin, determinado a salpicar el puñado de amanitas faloides que traía preparadas en un hatillo de papel de aluminio en el bolsillo del pantalón, en un momento de ausencia del cornudo. Y así fue.
A la noche siguiente, en cuanto comenzó a sentir los retortijones que le destrozaban el hígado, las náuseas que invadían su cuerpo y la debilidad inherente a su ánimo, supo que iba a morir como un idiota, víctima del hongo de la muerte que él mismo había cocinado, dejando como heredera universal a la hermosa embaucadora de la que jamás debió enamorarse.



ENTREVISTA 


-Muy bien. Entonces, ¿usted qué sabe hacer?
-Pues, yo soy licenciada en Filología Hispánica por la UdC, máster en Medios de...
-Oh, sí, sí; eso ya puedo verlo en su currículo. Me refiero a algo más concreto, señorita, ¿o es señora?
-Ni una cosa ni la otra.
-Falta de definición _lee en alto el hombre al otro lado de la mesa mientras anota en la ficha_ Sí, le pregunto exactamente qué habilidades posee usted, en qué destrezas destaca sobre el resto de licenciados de su ramo... Dése cuenta de que hoy en día elegimos a los candidatos de un modo pragmático, directo, por sus conocimientos, su savoir faire... ya me entiende.
-Sí, le entiendo perfectamente. Pero, lo que no alcanzo a entender es que, si son tan prácticos, ¿por qué no le llaman a las cosas por su nombre?
-¿Perdón?
-Sí, yo vengo convocada a una oferta de empleo que reza "Account ManagerAsistant para contenidos web en portal de moda de tendencia francesa" ; bastante indefinido, por cierto, ya que lo que realmente quieren ustedes por los 12.000 euros brutos que pagan es un redactor que escriba inventando las palabras como Arthur Rimbaud y que piense como Ramón Gómez de la Serna. Sin embargo, me encuentro con usted, un tipo que bien pudiera ser el presentador de un concurso de televisión denominado "Curiosidades de feria y otros fenómenos: alégrame el día, torero", que me pregunta qué cojones sé hacer. Pero, ¿qué hostia quieren que sepa hacer, además de ser licenciada en letras, experta redactora periodística, tener conocimientos de márquetin y/o publicidad, dominio en comunicación 2.0 y SEO, o poder conversar con cierta fluidez en francés? ¿Quieren que les suba la audiencia de la página? Pues, contraten a una payasa de Sálvame, joder.

©Sabela Latas
Xabelia | La Blogoteca

2 comentarios :

  1. Me gustan sus pequeños grandes relatos, que te hacen sentir, pensar y que te mueven por dentro.

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  2. Saludo la decisión de poner estos relatos breves en una página de arte visual... como si la lectura no se hiciera con los ojos!

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