Educación sentimental para la niña de tus ojos

Recomposed by Max Richter. Vivaldi. The Four Seasons




Meterle mano a “Las Cuatro Estaciones” de Antonio Vivaldi, de entrada, no parece una buena idea. Estos cuatro conciertos de il prete rosso veneciano son, probablemente, la obra musical más conocida del barroco –con permiso de la “Tocata y Fuga en Re Menor” de Bach, el “Aleluya” de Händel y el “Adagio” de Albinoni–, y por el mismo motivo tomada ya con recelo por un sector firme de aficionados a la música clásica que encuentran en Vivaldi una ligereza e inmediatez alejadas de valores como la complejidad, gravedad, compromiso y ambición que representan formas más robustas como las misas solemnes o la sinfonía romántica. Poco importa que Vivaldi fuera un incansable compositor de óperas y un refinado autor de música de iglesia –recomendación: el motete “Nulla In Mundo Pax”–; la historia (reciente; su música no fue realmente ‘descubierta’ y estudiada hasta el siglo XX) le juzga en general como un mercenario que escribió una y otra vez el mismo concierto, hasta 500 veces, para diferentes príncipes y electores de Europa del ancien régime, y a “Las Cuatro Estaciones” como un clásico popular ‘demasiado fácil’.

Max Richter ha optado de manera valiente, y sorprendente, por el ciclo estacional de Vivaldi a la hora de embarcarse en su aventura remixológica en Deutsche Grammophon, tomando el relevo a los últimos volúmenes de la serie “Recomposed” que firmaron Carl Craig y Moritz Von Oswald (con piezas de Ravel y Mussorgski) y Matthew Herbert, prolongando y recontextualizando la décima sinfonía, inacabada, de Gustav Mahler. La pregunta de partida es cómo demonios se reescriben “Las Cuatro Estaciones” sin caer en el tópico –que podría ser la relectura vigorosa, con un bajo continuo musculado, con las cuerdas histéricas, en la línea de la lectura que hizo Von Karajan con la Filarmónica de Berlín; o que podría ser también la adaptación ‘pop’ y teatral al estilo Nigel Kennedy– ni tampoco perderle el respeto a una obra admirada por su poderío melódico y cromático. En el caso de Richter, de todos modos, la entrada en Deutsche Grammophon le llevaba irremediablemente a escoger de entre el catálgo alguna pieza de música barroca: como discípulo no oficial de Michael Nyman que es, su música tiene mucho de ese drama y temblor de la música antigua para violín y pequeña orquesta –especialmente la parte del adagio de los concertos–, y el uso repetitivo, insistente, de las frases.
Una de las singularidades de Nyman, sobre todo en los años 70 y 80 de su carrera, era reorganizar fragmentos clásicos –de Gluck, Purcell o Mozart; ahí están “In Re Don Giovanni”, el “Miserere” y toda la banda sonora de “The Draughtsman’s Contract”– en composiciones nuevas que eran, y no eran a la vez, un remix o un mash-up a partir de viejas partituras del siglo XVIII.

Como indica el título de la serie, Max Richter ha recompuesto “Las Cuatro Estaciones” –interpretadas por la Konzerthaus Kammerochester de Berlín bajo la dirección de André de Ridder y con Daniel Hope como violín solista–. Y lo ha hecho en el sentido de que ha abierto la partitura, la ha destripado hasta donde ha podido y ha reescrito los cuatro conciertos de Vivaldi discriminando partes –restando instrumentos, sobre todo; el clavecín que hace de bajo continuo sigue ahí, marcando el tempo, pero disimulado entre leves arreglos electrónicos; por otro lado, las cuerdas suenan destensadas– y reformulando otras secciones en estructuras loopeadas; la gran pirotecnia melódica de la Primavera y el Otoño no siempre se despliegan en toda su amplitud, sino que Richter prefiere quedarse con unas cuantas notas cruciales –que recogen el aroma de la composición original, la hacen distinguible, pero desplazada de su centro de gravedad original–, organizarlas en un racimo económico de sensaciones e impresiones y darle un toque más siglo XX. “Las Cuatro Estaciones” de Richter, en conjunto, están más cerca de Jean Sibelius que de Vivaldi.

El acierto no se produce siempre, de todos modos. El primer movimiento del Verano es muy semejante a la escritura original –hasta que cierra el final en un bucle estático se acaba pareciendo más a su propia música en el sello 130701, en álbumes como “Memoryhouse”, que a la escritura del concerto grosso barroco, con un último minuto muy Nyman–, y el mismo mecanismo se produce con el allegro primero del Otoño, que comienza idéntico y acaba desolado en una hondonada de cuerdas lacrimógenas al más puro estilo del minimalismo sacro. El comienzo del Invierno demuestra que Richter se encalla bastante en los arranques, que le cuesta domar el tempo rápido de los allegros, pero a medida que reescribe los conciertos se va notando más cómodo y la verdadera esencia de su expresión explota cuando la partitura original de Vivaldi se adentra en la calma bucólica. El comienzo de su “Recomposed”, de hecho, es un resumen de las mejores virtudes del disco: los 42 segundos de “Spring 0”, un glissando que conduce al famosísimo primer movimiento del concierto de la Primavera, aquí muy punteado, muy fragmentado en la reescritura de Richter, impresionista y cinematográfica sin la decoración barroca que se esperaría de inicio. A partir de ahí, sus técnicas ya son las antes dichas: reducción del tamaño y duración de las frases en breves ideas que se repiten cíclicamente. El segundo allegro de la Primavera suena al Nyman de “The Piano” o “Wonderland” más que a Vivaldi, y el adagio-presto-adagio del Verano no tiene nada de presto, sino de hundimiento anímico completo, de música detenida.

Y así, aunque reescribir “Las Cuatro Estaciones” parecía una mala idea, Max Richter sale victorioso del envite: hace suya una obra universal –es una descontextualización completa, no una variación–, la trata con respeto pero sin reverencia absoluta, es capaz de reprogramar su mecanismo y hacer que todo suene reconocible pero nuevo, igual pero distinto, familiar pero extraño, como esta Venecia que inspiró la música de Vivaldi, tan distinta hoy a lo que era entonces, pero cautivadora en igual medida. Javier Blanquez | playgroundmag




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